SINFONÍA EN CLAVE DE SOL
En el año Tres mil el mundo se encuentra robotizado. Todo funciona a través de claves y contraseñas. Algunas se activan con sonidos y otras con colores. En la casa del Señor C también reinan las contraseñas , desde abrir y cerrar la puerta, hasta encender y apagar luces y otros artefactos. En su vida útil, el Señor C era el portador de las llaves del Banco, y, en su cabeza, cada mañana, se creaban las nuevas claves para las Cajas de Seguridad y el Tesoro. Hoy, aunque ya está retirado, sigue llevando colgado de su cinturón, el pesado llavero que, al andar, va golpeando su cuerpo con un tintineo familiar, aunque ahora, las llaves solo sirven para perderse. Esta habilidad hace pensar a su esposa que ése es el verdadero fin de su existencia. Ella, que también está retirada de su vida activa como maestra, en su momento fue la encargada de los armarios y la biblioteca. Y, como corresponde, siempre andaba perdiendo las llaves.
Esa mañana soleada, acudió otra vez a su querida escuela, que hoy cumplía cien años. Cuando puso los pies en la entrada, el tiempo pareció retroceder. Lo primero que vieron sus ojos, húmedos por los recuerdos, fue la gran campana de bronce que preside la galería y el patio. Toda una vida de maestra pasó por su memoria. El mástil, la bandera, los niños formados… no pudo contener el impulso y como tantas veces en el pasado, con el brazo extendido, su mano alcanzó la cuerda de la campana. El sonido inundó el patio, se expandió sobre los techos y llegó al parque. Los pájaros levantaron vuelo y una verdadera sinfonía de trinos y colores hizo detener los sistemas de Internet con sus señales y el movimiento de toda la ciudad. El dang, dang de la campana despertó a otros. Pronto comenzaron a sonar los campanarios de Los Capuchinos y una estampida de palomas cubrió el cielo de Nueva Córdoba. La Plaza San Martín se vio oscurecida por un techo de alas provenientes de la Catedral, donde, alegres, tañían las campanas. Las de Santo Domingo apagaron el ruido de tráfico, y así, en un día clave para la historia, sonaron al unísono los campanarios del Vaticano en Roma, los de Notre Dame en París, la Catedral del mar y la Sagrada Familia en Barcelona hasta los lejanos templos tibetanos.
Los antiguos relojes de pared despertaron en los museos. Montados en sus notas, escaparon los fantasmas del pasado y una sinfonía de pájaros multicolor cubrió los cielos del mundo . Los gobernantes creyeron que sus enemigos habían declarado la paz y dejaron de disparar misiles . El Lago de los Cisnes, el Danubio Azul, la Quinta Sinfonía de Beethoven…la música se coló por todos los rincones del planeta. Cuando los pájaros se apostaron vigilantes en los techos y en las cúpulas de las Iglesias, en el Louvre de París y en el domo de Florencia, en las cúpulas de Moscú y en los edificios de Ucrania, el humo de los bombardeos se disipó y, como antes volvió el sol a iluminar el cielo y a calentar los corazones.
- Señora, ¿Qué hace? No toque la campana – dijo el robot portero de la escuela- Todavía no es la hora del recreo.
La vieja maestra jubilada detuvo su mano un segundo ante de tomar el cordón de la campana.
-Disculpe, siempre yo, tan imaginativa, ya nadie toca las campanas en las escuelas, qué pena, hubiera sido lindo…
-No sé de qué habla señora, ¿se siente bien? Ese es un recuerdo del milenio pasado. Ahora los alumnos escuchan un ring ton en sus pulseras y salen al patio.
Al regresar a su casa, el Señor C acudió a su encuentro con expresión de alarma.
– No sabes lo que ha pasado. Me llamaron otra vez del Banco. Se cayó el sistema y tuve que atender a los clientes en persona, como antes. Decían que una vieja loca se puso a tocar una campana, no sé dónde.
¿Puedes creer que no podían abrir el tesoro?, Las nuevas claves no servían y yo les di mis llaves ¡¡¡Y se abrió, se abrió!
-Abu, Abu… no hay internet- dijeron los nietos angustiados mientras la rodeaban.
-La tele se volvió loco, ponen El Chavo y El Zorro en blanco y negro.
– ¡No hay Netflix, Abuela! –
– ¡Mi celu no tiene What sapp! —
– ¡No hay Facebook… ¿Y ahora qué hacemos para no morir de aburrimiento?
-Bueno, bueno, vengan, siéntense aquí, a mi lado, tú en la alfombra y tú en el sillón. Escuchen con atención.
Resulta que…había una vez una princesa que vivía prisionera en la torre de su palacio.
. – Oh. ¿Y por qué estaba prisionera?
– ¡Dale, seguí, Abu… seguí, seguí…!
Rosalía González Curell
TALLER SENTIRES