INVENTARIO DE LIBROS EN EL ARCÓN DE LA MEMORIA
A pesar de que mis padres no eran personas muy intelectuales, en mi casa había libros .Pocos. Dos de ellos eran consultados cada vez que la ocasión lo merecía; El “Libro de los yuyos” con el que mi padre alardeaba de doctor y seguía al pie de la letra. Tenía la cura para todo, desde el mal de ojo, los cólicos de los bebés, los sabañones en los pies, la tortícolis, hasta el mal de amores. Y el “ Beth sellers “ La importancia de vivir” de Lin Yutang, con el cual mi padre también ostentaba gran sabiduría, sobre todo en el capítulo que instruía sobre “El Arte de rascarse la espalda”.
Con los años llegaron y se fueron de gira entre la familia otros libros. Tratado de Medicina en casa., Origen de los nombres, muy consultado a la hora de bautizar a los bebés , Consejos prácticos para el hogar, Historia Argentina y diversos Atlas de Argentina y el mundo. Las mujeres nutríamos la imaginación y el corazón con las revistas Antena, Maribel, y Nocturno. Los libros de textos escolares pasaron de mano en mano , de grado en grado y su final me es desconocido. De mis libros de estudio en la carrera docente solo conservo Biología de Villée, un monumento . Lamento haber prestado y nunca rescatado Psicología Evolutiva de Stern.
Con el descubrimiento de una biblioteca en casa de una profesora que me preparaba para rendir Química, llegaron a mis manos las primeras novelas de amor y el gusto por la lectura adulta se instaló para siempre en mí.
Si tuviera que hacer un inventario debería recorrer toda la casa, cada mueble, cada estante, cada mesa de luz donde descansa una pila de libros, reservorio del alimento con el que se nutrió mi espíritu en todos estos años.
Sin embargo, no guardo tantos como he leído- Pienso que los libros deben circular y no dormir llenos de polvo en un armario . Por ello, cada vez que puedo, si compro uno nuevo, regalo uno viejo.
La suma de los días, de Isabel Allende, Sierva de Dios, ama de la muerte de Cristina Bajo. Al través de las lágrimas, de Cristina Losa, Mujercitas y Ocho primos de Luisa M. Alcott, El Señor De Sándara y El Espíritu, de González Pecotche, El vino del estío de Bradbury, Cita con Rama de Artur Clarke, La noche de los tiempos de Renée Barjavel, El Egipto Secreto de Paul Brunton, El Principito de Saint Exupéry, Juan Salvador Gaviota de Richard Bach, Cuadernos de un delfín de Elsa Bornemann.
Ellos, no están en mis estanterías, pero vivirán para siempre en mi corazón, por su belleza, su poesía, su magia para hacerme viajar en el tiempo y el espacio. Y sobre todo dentro de mí, descubrir mi propio bagaje, y llenar mis oquedades. Puedo decir que ésta que soy, es producto de lo que he vivido y mucho de lo que he leído.
Afuera, se han desatado todas las fuerzas de la naturaleza. Para Hombre, la tormenta es una danza terrorífica, mágica y misteriosa. El rayo lo enceguece , el trueno lo espanta. No hay manera de escapar. Él está allí , encogido, indefenso. La montaña ruge como si una bestia gigantesca se hubiera despertado en sus entrañas y al sacudirse, hiciera desprender los peñascos que caen pesadamente al hundirse en la espesura del valle. Hombre no sabe que su impotencia y su pánico son el comienzo del primer sentimiento humano: el amor a la vida. Él se siente diferente; ya no es como esa insignificante rama que murió aplastada por la turba. Tampoco es igual a la pobre bestia, cuyos restos alimentan las fauces de otras, más voraces. Algo ha despertado en su interior. Ya no va a sucumbir. Una fuerza nueva lo impulsa a correr, a trepar, a saltar, a alejarse del peligro, a aguzar el oído, a escrutar el horizonte, a buscar un lugar, un refugio, un sitio donde permanecer. Porque Hombre quiere perdurar.
Entonces, cuando espantado por la tormenta se apresura a guarecerse en la cueva, descubre con desesperación que una enorme roca bloquea la entrada. Comienza a empujar con todas sus fuerzas tratando de moverla. Pero es inútil. El tamaño de la piedra supera todas sus posibilidades. Una y otra vez se lanza contra ella, mientras el viento y la lluvia lo enceguecen. Entonces Hombre se desploma vencido. El dolor en su pecho es peor que el de sus heridas. Está solo. Los demás están en el interior de la cueva. Aunque no comprende aun lo que es la muerte, sabe que nunca volverá a verlos. Entonces, por primera vez, Hombre llora…como sólo los hombres lloran.
Pero no está solo. Otros también huyen de la tormenta; el aguacero y las ramas que caen los golpean. Algunos sucumben, otros, unos pocos, logran llegar a las cuevas. De pronto lo ven, un bulto pequeño de pieles empapadas, apenas asoman unos ojos aterrados. Con gesto vencido señala la piedra. No necesitan palabras. El sentimiento de solidaridad estaba impreso en su propia naturaleza desde el comienzo de los tiempos. Sólo necesitaba algo que lo despertara.
Poco después, cuando el relámpago ilumina el lugar, en la retina de la eternidad se plasma la imagen de los Hombres, unidos en una sola fuerza, gigantes que empujan la piedra, que poco a poco va cediendo hasta dejar libre una oscura caverna.
Al entrar, con sus ojos brillantes por el primer esbozo de emoción, Hombre comprueba que allí todo está bien. Su hembra y su cachorro duermen abrigados entre pieles, saciada su hambre, calmados sus miedos. Entonces él también se echa junto a su prole, su “familia”, su primera creación en la tierra.
Luego, al mirar hacia arriba, hacia el techo que lo protege, su rostro refleja una nueva expresión. Si pudiera, pronunciaría la aún no inventada palabra “gracias”. Al fin, mientras afuera arrecia la tormenta, olfatea a su familia, se acomoda mejor y él también se duerme.
Rosalía González Curell
TALLER SENTIRES