Bodas de oro en pandemia
Julio 2021. La pandemia se cierne sobre el mundo como un reptil silencioso y letal. A medio día llegan Fernando y Andrea , vienen desde otra provincia. Traen comida hecha y una botella de vino. Llamaron en el portón haciéndose pasar por un Delivery. No los esperaba, la prohibición para circular en rutas se hace cumplir. No sé si reír de alegría o apurarlos a entrar por el miedo a que los descubran. Así vivimos, vigilados en nuestra propia vereda. De pronto la casa cobra vida con los abrazos y las exclamaciones de sorpresa. El corazón se me escapa del pecho.
¡¡Hola, Maaa, Hola, Paaa!!
-¡¡ Holaaa, qué sorpresa…!! ¿Nadie los paró, cómo se animaron a salir? Los abrazos y mil preguntas estiran el almuerzo y se alarga la sobremesa.
Hace frío, la noche cae temprano. Martín nos rescata de una siesta profunda y feliz, los chicos están en casa.
– ¡Arriba, vamos, vamos que tenemos reserva!
– ¿Qué pasa, qué pasa?
-Tenemos reserva…
_Turno para qué, si ya estamos vacunados…
-Para cenar ¡¡Feliz Aniversario!!- corean los tres-
¡¡ que 50 años no se cumplen todos los días!!
Ya en el coche, estoy perdida por completo- ¿Dónde vamos? pregunto una y otra vez-
– Ya vas a ver, ya vas a ver-
– Yo no estoy para ninguna fiesta- avisa mi esposo-
– Tranqui, tranqui. nada de fiesta… solo una cena, ya verán.
Después de varias vueltas, en la densa oscuridad del Parque, una casa de piedra, como en los cuentos, brilla bajo las luces insolentes que descubren los árboles.
Apenas bajo del auto el corazón me da un vuelco. Reconozco el lugar. Es el restaurante al que veníamos siempre con mi hermana. Los recuerdos se desatan y otra vez me veo en esa mesa junto a la ventana, saboreando el vino blanco que a ella le gustaba. En el interior todo está dispuesto con las distancias obligadas, no más de seis comensales en cada mesa. Hay un clima de estreno, de “ acá estamos todavía”.
Llega la comida. Se come y se brinda por nuestras bodas de oro, por la salud, por la familia, por la vida… por todo. Otra vez, el vino blanco, dorado y dulzón, burbujea en las copas y me llega al alma.
A la hora de pagar la cuenta los muchachos se inquietan, no pueden esperar que pague el Pa, como siempre. Se mueven en sus sillas, hurgan en los bolsillos, concilio de cabezas sobre la factura… Yo hago un rápido balance mental de mis posesiones y, en ese momento, cuando salen a relucir las tarjetas de crédito, una voz, tan entrañable y conocida, resuena en mi cabeza.
-Tranquila, Hermanita, el vino lo pago yo.
Llegué a la casa de mi madre como todas las tardes al volver de la escuela. Me extrañó no verla en la cocina con el mate listo. Mi padre se entretenía en su taller en el fondo del patio. Al entrar a su dormitorio la vi sentada en la cama con el rostro entre las manos. Un llanto contenido, su figura pequeña, desolada y vencida me estrujaron el corazón.
– ¿Qué pasa Mami- le digo mientras la abrazo.
-Ya no puedo más, Hija, ya no puedo más.
-¿Qué no podés ?
-Él me reta, él me pelea, se enoja si me muevo en la cama, dice que no lo dejo dormir.
-Oh, no le hagas caso, ya sabes cómo es.
-Todo le molesta, si quiero tejer no le gusta, si hablo me hace callar porque está viendo el noticiero.
-Bueno, bueno, hablaré con él, a mí me escucha.
-Ya no va a cambiar. Yo me levanto a la noche y me voy al comedor, ahí puedo llorar sin que se despierte.
-No puede ser, Mamá…
-Es que se me va el sueño ..
Entre toses y sonadas de nariz, se calmó. Le hablé de otras cosas para distraerla como a un niño., mientras pienso cómo ayudarla. Ella tiene una salud delicada después del trasplante, A su edad ya debería estar tranquila, disfrutar de los nietos …
-¿Por qué no hacés algo que te guste cuando no podés dormir? Ponete a escribir, mirá una revista…
-¿Vos decís? , puede ser… Escribiré cartas, no importa que nadie me conteste..
Y así fue que Doña Gracia a sus 70 años, en la soledad de esas madrugadas insomnes, comenzó a escribir largas cartas para sí misma en un cuaderno de tapas duras , celosamente escondido. Fue el Diario íntimo que nos dejó como uno de sus más preciosos legados.
Y, como una cosa trae la otra , quiso la casualidad, o no, que justo al lado de su casa se abriera una academia de barrio donde todos se conocían, en la que enseñaban pintura en tela y otras técnicas.
Entonces, en pos de nuevas aventuras mi madre, que apenas había hecho la primaria, comenzó a asistir a “ clase de pintura” como una alumna entusiasta y cumplidora . En sus últimos años, se la vio feliz. A escondidas de mi padre preparaba sus útiles con prolijidad, calcaba flores, pájaros, animales y tacitas de té, para plasmarlos en manteles, servilletas y almohadones que luego lucirían en las mesas de todos sus parientes. Por lo clandestino , era para ella una especie de vértigo peligroso que le hacía brillar sus ojos con picardía.
Al llegar la primavera, la dueña de la academia organizó un exposición para mostrar las creaciones y atraer nuevas alumnas. Colocaron mesas en el jardín y todas las mujeres, más o menos jóvenes , presentaron sus trabajos. Ofrecían jugos y masas, producto de las clases de pastelería.. Mi madre, que se había arreglado con discretos toques en los labios y en las mejillas, de pronto palideció . Me buscaba con los ojos. Asustada señaló al grupo de vecinos que se habían acercado a curiosear. Mi padre estaba entre la gente . Su cabeza blanca resplandecía al sol de la tarde. Se había puesto saco y corbata.
Me acerqué a ella para apoyarla en lo que fuera.
-¿Lo viste? Yo le dije que iba a visitar a mi hermana..
-Sí, Mami, él sabía , vos no podés mentir… tranquilízate.
– Ay, Nena, no sé qué me pasa , algo se me mueve en la panza… parecen..
-¿Mariposas?
¿ Sí.. eso.. Ahí viene…
El se acercó a la mesa, le dio un beso que la hizo poner colorada ante sus compañeras y le compró un pañuelo que tenía pintada la letra A de Antonio en una esquina .
La muestra fue todo un éxito .
Rosalía González Curell
TALLER SENTIRES