EVA
Cuando los ríos se secaron y los hielos se derritieron, el mapa del Planeta cambió para siempre. La ancestral simbiosis entre el hombre y la naturaleza, en mutua adaptación para subsistir, se transformó en una trampa mortal. La Humanidad se enfrentó, entonces, a la más cruel de las encrucijadas. El individuo o la masa. La inteligencia o la fuerza. El “sálvese quien pueda” fue una conducta aceptada, también la “ley del más fuerte” o el “todo vale” puesto que la naturaleza había enloquecido y sus leyes chocaban sin sentido contra una realidad descontrolada.
En la cueva formada por la erosión del mar que avanza y se traga todo a su paso, la mujer está con trabajo de parto. Sabe que deberá parir a la antigua, en cuclillas en el suelo. Apenas su hombre pudo preparar el lecho con un puñado de ramas y pastos secos. El alumbramiento fue rápido y pronto la niña se alimenta prendida al pecho de su madre, aferrada a la vida con la determinación de un guerrero.
Eva creció en ese lugar donde todo estaba por hacer. Aprendió de la escasez y de la ausencia. Quienes la habían concebido, al poco tiempo sucumbieron a una de las tantas pestes que asolaron la tierra en los últimos tiempos. Sin modelos que imitar, pero con una carga genética de milenios, Eva sobrevivió en el páramo. Se alimentó de plantas y de animales. Creó su propio hábitat. Jamás vio a otro ser humano ni imaginó que existiera. Hasta aquel día, un día cualquiera, igual que todos los demás, cuando el sol asoma detrás de la cueva e ilumina la playa con tenues rayos dorados. A lo lejos, ve figuras que se confunden con las olas. En un principio Eva no entiende. Jamás había visto un barco. Ahora las pequeñas naves crecen a la distancia. Siluetas oscuras se mueven, son muchas. Cuando atracan en la costa, Eva se estremece. Tiene miedo. Esas figuras apenas vestidas con despojos de otras vidas, son hombres y mujeres como ella. Quiere huir, pero ellos la rodean con sus brazos extendidos en actitud amistosa.
Han llegado por fin, después de cruzar bosques, desiertos y mares, con la esperanza de encontrar un nuevo principio. Y allí están. Eva, la primera, ellos, los últimos. El aprendizaje será mutuo. Habrá mucho por hacer.
Rosalía González Curell