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SORTIJAS DE BODA

Cuando terminó la segunda Guerra Mundial, quedaron muchos chicos huérfanos abandonados a su suerte. Alex Dieter Kaunas, nacido en Polonia en 1934, fue uno de los pocos niños judíos que logró sobrevivir.

En el comienzo de la guerra, el 1 de Septiembre de 1939, cuando los alemanes llegaron a la capital, constituyeron el Gran Ghetto de Varsovia. Los judíos fueron hacinados en un sector de la ciudad y allí llegaron Alex y sus padres. Pocos días antes su madre le había puesto en el cuello con una tirita de cuero fina, las alianzas de oro de ella y su marido. En el interior decían: Dieter a Danka 1933; y el de su madre: Danka a Dieter 1933. La fecha de su unión. -Cuídalos. – le dijo. No los muestres que te los robarán. Si te ves en peligro escóndelos donde nadie los pueda encontrar y luego los buscas, pero nunca te separes de ellos, Cuando termine este infierno pueden servirte de mucho.

Años después, “El Polaco”, como lo llamaban los amigos, contaba las historias de la guerra vividas con naturalidad y simpleza. Contaba, por ejemplo, cuando desde el bosque de KABACKI donde había ido a recolectar piñas para el fuego vio cómo los alemanes se llevaban a su padre a los empujones y su madre era subida en otro camión junto a muchas mujeres judías. Se escondió en el bosque y después de varios días encontró a otros chicos como él, que se habían quedado sin familia. Se esmeraba en los detalles del día en que le estalló una bomba muy cerca y le voló las falanges de los dedos medio y anular de la mano izquierda. Recordaba que sus compañeros le habían hecho torniquetes en los dedos para que no se desangrara y le ataron la mano a una rama del árbol para mantenerla en alto.

Entre el 22/7 del 42 y mediados de septiembre miles de judíos sobrevivientes del Ghetto de Varsovia fueron trasladados al centro de exterminio de Treblinka. Supo después que a su padre lo habían enviado allí. Pero nunca se enteró de cuál había sido el destino de su madre. Sobrevivieron comiendo cortezas de árbol, plantas y raíces, a veces la desesperación los acercaba a alguna granja lejana para robar algo. Recordó aquella vez que volvieron con una bolsita de arroz, cinco huevos, una pinza y cuatro conejos y él se hizo un morral con su piel. Los inviernos de hasta 40 grados bajo cero  crudos y difíciles de sobrellevar. Generaban pequeños escondrijos protegidos con piedras, ramas, musgos del bosque y barro.

Al terminar la guerra estos niños fueron recordados como “Los niños lobos olvidados de la Segunda guerra Mundial”. El 2/ 9 del 45, Berlín se rendía a las tropas soviéticas. Alex fue internado en el orfanato de ZABRZE.

Después de la guerra LA CRUZ ROJA, en un encomiable y minucioso trabajo, buscó incansablemente a los familiares de estos niños por todo el mundo.

Solo recién en 1949, después de ese saqueo a la infancia, la Directora del Orfanato lo llamó a su despacho. – Siéntate-, le dijo- ¿Tú eras del suburbio Este de Varsovia verdad? Alex contestó con un gesto afirmativo – Cómo se llamaba tu padre? – -Dieter-dijo. – ¿Y tu madre? -Danka- respondió- – ¿Tienes algo en particular que lo acredite? – Alex, observaba atento la mirada brillante de sus ojos y era como si a él, su pecho le fuera a estallar, como aquella bomba. – ¿En qué año se casaron tus padres, te acuerdas? – Sí, dijo, en 1933, estas son las sortijas de ellos, mientras encontraba debajo de su camiseta aquel último regalo. La sonrisa amplia de la directora lo ilusionaba aún más, una esperanza tímida después de tantas frustraciones. – Creo que te están buscando, Alex- le dijo con los ojos llenos de lágrimas e incorporándose para abrazarlo.

Pasaron algunos meses hasta encontrarse a bordo del Mala Real Inglesa rumbo a Sud América, específicamente al puerto de Buenos Aires. No había dormido en toda la noche, la ansiedad se había apoderado de su sueño desde hacía días. Esperó en silencio para bajar a tierra en medio de una marea de gente que agitaba pañuelos en la Dársena Norte. Se puso en la cola de la Cruz Roja mirando para todos lados hasta que, sin verla, reconoció su voz: – Alex, dónde estás. Alex Kaunas- gritaba – ¿Dónde estás? – El la alcanzó por detrás con su morral hecho de piel de conejo, mientras ella giraba sorprendida, la levantó por los aires y se entrelazaron en un abrazo largo, luego se arrodilló y le besó los pies. Esos mismos pies que la habían llevado sin descanso hacia su encuentro.

–¡Madre, Madre mía! – dijo.

ALICIA YÁÑEZ        

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