REFUGIO
Al entrar por primera vez el olor a pintura fresca y las paredes
desnudas nos dieron la bienvenida, al rato llegó la mudanza y hubo
momentos de gran ajetreo con hombres que descargaban y mamá que hacía
de directora general.
A la noche ya estaban las camas hechas y en el comedor la mesa de
pinotea, y en sillas y banquitos cenamos los ocho.
Muebles nuevos y cortinas le dieron el toque elegante al chalet y
pronto el jardín se cubrió de verde, rosas y enredaderas.
La partida de papá nos llenó de tristeza, sin embargo ella fue
cobrando protagonismo al albergarnos con sus paredes sólidas, el
cobijo en invierno con su chimenea y en verano con las cortinas verdes
en la galería. El colegio y sus deberes, el piano, la guitarra y el
Winco con las canciones de moda, los cuentos de hadas y oraciones que
mamá nos relataba creaban un clima de que la vida seguía. Los cuadros
que pintaba y presentaba en concursos y nosotras, que también
aprendimos a tejer y a coser a máquina. Y el sol que entraba por todas
las ventanas.
Copas finas y porcelanas salían del bargueño en cada Navidad y
cumpleaños; y en esa intimidad de cariño y fortaleza es que fuimos
creciendo. Luego vinieron recepciones, brindis, casamientos y
bautismos y esos muros seguían como un escudo contra los males.
Y cuando volvimos con nuestros hijos se hacía lugar para todos.
Hoy la observo y la serena dignidad que me devuelve esa imagen hace
que sea más fácil recordar los buenos momentos vividos en ella. Los
otros prefiero olvidarlos.
Bella casa convertida en hogar. Rodeada de flores y paz.
La despido con firmeza, sé que no le gustan las penas.
INÉS MCKENA
Taller Escribir para Perdurar