PREJUICIOS CONSENTIDOS
Ansiosa andaba merodeando las callejas. Siempre sentía que llegaba tarde, si hasta una leve inclinación del cuerpo se adelantaba a su propio paso. El crepúsculo escondía sus vergüenzas recostado entre minúsculas casitas de dinteles oscuros y cortinados llenos de puntillas. Pudo deslizarse entre ángeles y tumbas y escuchar los silencios de los grillos, donde danzaba por encima de los aires, atravesando rechinantes puertas de hierro repujado y cancerberos. Se encerró en el espacio de la llave y atravesó en un soplo aquel portal. Sin el ramo no tendría el ingreso hacia el aljibe, era como su pasaporte y también el punto de encuentro con el Capitán. Sintió el susurro melindroso de viejas cotillas: “Ahí va la novia, decían, ahí va la novia.” Y ese olor penetrante de flores maceradas por el tiempo y la lluvia. Decires de difuntos explayándose en polvorientas placas enmohecidas. Necesitaba llegar hasta el aljibe, estaba hecho jirones su vestido de vaporosos tules y de lazos de raso .Todas las noches huía de aquella ciudad en miniatura en donde fue encerrada sin saber cuándo, ni por qué, ni cómo. Ya pronto se acerca el siglo veinte, decía misteriosa. Había un lejano redoble de campanas. De tan atrás venía aquel sonido, reconocido hasta desde otras vidas. Josefina Arriola De la Vedova, Finita, la más bella novia de las últimas décadas. Hija de don Gervasio Arriola Guerrechea y Puentes dueño de la estancia “Las torcazas” enclavada en las estribaciones del cerro Negro. Finita era la mayor de cinco mujeres. Llevaba seis años noviando con un militar de renombre, que había andado patrullando la patria como un héroe. Cada vez que volvía paseaban por los jardines de la estancia bordeando la laguna o galopaban entre risas hasta el lejano bosque de eucaliptos. Todos envidiaban ese romance. El día de la boda estaría espléndida, con su piel nacarada, su delgadez extrema y el sedoso pelo recogido con broches heredados de perlas de su abuela.” Padre, por favor, apura. Que el Capitán se ofuscará”. En esa ansiosa espera Finita recordó aquella tarde bajo los eucaliptus, cuando la resistencia capituló ante la inminencia de la boda y dejó libre el instinto por primera vez. Faltaban un par de meses para la ceremonia, ya era prácticamente su mujer. Y recordó a su madre, entrando a su habitación, y a esa mujer de la que no recordaba el rostro, pero si el olor nauseabundo de su aliento_ ¡_Vamos, niña, si ayudas terminaremos pronto! Le siguieron días de fiebres profusas, inundando las sábanas de angustia y temblores. Cuando mejorara lo esperaría en el aljibe como siempre, solo faltaban días para estar en sus brazos. La misiva ya debía haber llegado a destino. Sentía que las gotas de sudor corrían por su cuerpo. La coronita de jazmines naturales delataba su estremecimiento. Si, pronto estaría con él faltaban esos metros, tenía que poder, tenía que llegar hasta allí. Veía que el altar se le acercaba como envuelto en nubes. Finita exhausta se aferró al brazo de su padre con las dos manos, desplomándose casi al llegar al altar, justo en el momento de poder ver que el capitán, no la esperaba.
Desplegó su plumaje de fantasma, regresando a la ciudad perdida antes del amanecer. Latigazos de luz por los visillos le cerraron los labios de amapola. El renacer a expensas de la muerte, acunando en sus brazos a la nada. La suerte echada en la alocada rueca.
Alicia Yáñez
TALLER SENTIRES