GOTITAS DE AMOR
Los sabores de la infancia permanecen indelebles en algún rincón de las circunvalaciones del cerebro, como los sonidos y las voces. Siempre recuerdo a mi tío Albino, un hombre solitario y silencioso que pasó su vida cuidando a su madre, amante del Jazz y fanático de Louis Armstrong. Era mi tío preferido, el que venía los sábados a la tardecita. Cuando aparecía por la puerta del fondo me abalanzaba sobre él, y en un santiamén ya estaba en sus brazos abriendo el paquetito. Tendría 3 o 4 años. – ¡Me parece que vos solo me querés por lo que te traigo¡¡ “decía sonriendo. Eran “Gotitas de Amor” de Bonafide. Venían en una bolsita diminuta llenos de colores pastel: verdes, anaranjados, rojos, violáceos y amarillos. Me encantaba la melodía que formaban en mi boca chocándose entre ellos y los dientes, eran como un solo de batería de Bill Stewart. Entraba de la mano con él sintiéndome tan segura. Nunca lo supo, nunca se lo dije, se fue sin saberlo, pero junto con los caramelitos me introyectaba otras” gotitas de amor” que quedaron grabadas en todos los espacios de la memoria. En las comidas tenía la costumbre de llevar el ritmo con el pie y usando de palillos al cuchillo y el tenedor, chocándolos con las copas y platos sacando sonidos inimaginables, mientras la radio ejecutaba a sus preferidos. Era como un director de orquesta de entre casa.
No volví a probar esos caramelos nunca más, si hasta parecía que él los hubiera fabricado con sus propias manos de mago o prestidigitador, exclusivamente para mí.
Hasta que un día, más de medio siglo después descubrí en pleno centro un local de “Bonafide” al que creía extinguido. No sé para qué entré, solo sé que ese impulso vital me llevó sin querer a un descubrimiento maravilloso. Allí estaban, al lado de la caja. Un sin número de coloridas bolsitas, un yacimiento increíble de : “Gotitas de Amor”. El primer pedregal de amor, escarbando detrás de la claraboya de las reminiscencias afectivas. ¿Cómo podía ser que en tantos años nunca me los volví a tropezar??- Mejor deme dos- dije ¡Y salí anhelante de ponerme unos cuantos en la boca para degustarlos: ¡¡¡ ERAN IGUALES¡¡¡ Eran aquellos mismos conocidos de la niñez, la textura, el sabor con idéntico ruido!!!! ¡Qué memoria tienen los sentidos! Llegué a la esquina tiré uno hacia arriba y lo emboqué en mi boca, ¡Gracias tío! -dije- y seguí por la avenida, como por una calle de Nueva Orleans, moviéndome al ritmo del solo de batería que mi boca acompasaba.
Después de esa vez no los volví a encontrar. Dejaron de fabricarlos, parece que “Bonafide” estaba esperando que le agradeciera las “Gotitas de Amor” a mi tío Albino para dejar de hacerlos.
ALICIA YÁÑEZ
TALLER SENTIRES