CON LOS CINCO SENTIDOS
Era como por febrero, justo en un recodo del río, que deambulaba andariego e incansable. Allí estaba, erguida entre las piedras en un costado sombrío, la frondosa higuera que fue creciendo fuerte con los años. Él se detuvo para fotografiarla, estaba tan cargada que sus ramas se inclinaban hacia el piso, parecía una mujer a término de un embarazo múltiple.
Estirando la mano recogió uno de sus frutos maduros, una gota blanca de leche se deslizó del cabo hacia su mano hasta caer de lleno al piso.
Después de pelarlo lo partió en dos, surgió del interior como un Mandala simétrico lleno de detalles en la gama de los borgoñas, cada vez más oscuros hacia el centro. Lo saboreó sintiendo el olor que penetraba por su nariz inundándola. Perfume y sabor se acoplaron en una fusión exquisita. Eran las brevas maduras, dulcísimas y con esa pelusa característica. El tacto lo llevó a pensar en ella, la que lo mantenía despierto por las noches. Cuando la conoció, fue verla y sentir un estallido en sus adentros. Recordó cuando dijo: – Tienes la piel de las brevas maduras – esa pequeña pelusita en las mejillas que acarició despacio y con holgura. – Piel española-, susurró, siguió pensando en ella mientras saboreaba los frutos uno tras otro, en un festín de intensas sensaciones. Debajo de la sombra de la higuera, no hacía más que mezclar ese momento con el de aquella noche, donde desnudó su figura entre las sábanas. Sintió caer la gota que se estrelló en la piedra al arrancar otra breva de la planta, gota blanca, si hasta parecía que el árbol lloraba por el hurto, por el saqueo de sus propiedades, rezongando en cada rítmica gota, el grito de su tristeza.
Había algo en común entre aquella noche y este momento de las brevas que no podía descifrar. La quería, si, con los cinco sentidos, con los mismos cinco sentidos que percibió aquel fruto, como aquella noche, la noche de la entrega.
ALICIA YÁÑEZ
TALLER SENTIRES