VIVENCIAS Y CONCEPTOS
Era imperativo huir del dragón que se acercaba con sus lenguas humeantes. No había margen para despedidas apretadas ni para ensayar consideraciones que pudieran quebrar voluntades. – Márchate cuanto antes – le dijo su madre con forzada premura. – No vaciles, hijo. Sube al barco con la bendición de Dios y la de tus padres – apuró el hombre con su mano grande en el hombro del muchacho, al que atrajo hacia él y luego empujó afuera de la casa.
Salió a la helada madrugada del invierno europeo, rumbo al puerto. Sus lágrimas se congelaban al contacto con el aire y quedaban adheridas al rostro, como puntitos brillantes que alumbraban la calle pedregosa.
Cumplió con los trámites de rigor y ascendió por la escalera del barco hasta pisar la cubierta, que parecía marcar una frontera infranqueable para el enemigo. Llevaba consigo una maleta vieja con escaso contenido, y unos pocos dólares que le consiguieron sus hermanos; en el bolsillo del saco, la dirección de unos “paisanos” que habían viajado meses antes y estaban instalados en un conventillo de la Meca salvadora: Buenos Aires.
Cruzar el océano demandó un largo mes de hambre, vértigo y un miedo húmedo que se le pegaba por fuera y por dentro.
No entendía el idioma que escuchaba al descender en esa nueva tierra firme; se sentía débil, abrumado. Pero el papelito con los datos de sus conocidos sostenía la ilusión de un plato de sopa y una cama.
Cruzó una plaza y encontró la vivienda merced a las indicaciones de las personas que pasaban. ¡Por fin! Abrazar a los amigos, dialogar en su lengua compañera, calmar un poco el apetito, compartir relatos, penas, sueños a estrenar.
Al caer la tarde, como un trueno insospechado que irrumpe en la quietud, sonó la pregunta extraña, ensordecedora: – ¿Dónde vas a pasar la noche? ¿Conseguiste pensión? Aquí no hay cuartos disponibles. Palideció.
Recordó los bancos descoloridos de la plaza cercana, se dirigió hacia allá y cuando descargó el cuerpo vencido sobre las tablas resquebrajadas, tomó conciencia, por primera vez, de que ya no tenía hogar.
En recuerdo de mi padre y de todas las personas que pierden su lugar en el mundo por su condición de “diferentes”
EVA GROSBAUM
Taller Escribir para Perdurar