ADICCIÓN
Desde muy temprana edad, Isabel se hizo adicta a la radio y. por ende, a la publicidad adherida a sus programas favoritos. Su Padre, además de otras artes, era aficionado a la radio. Él armaba y hacía funcionar con lo que parecía magia, radios de todas formas y tamaños, también arreglaba los desperfectos de todos los aparatos del vecindario. En su casa había varios, con forma de catedrales, estaban encendidos todo el día, excepto la hora de la siesta, que era sagrada. Eso creía él, sin sospechar que, en las habitaciones, alguna novela clandestina hacía soñar a sus hijas adolescentes. Por la mañana, la música española y folclórica, llenaba toda la casa. Las niñas cantaban junto a Lola Flores o Pedrito Rico mientras cumplían con las tareas de la casa. Los tangos sonaban al medio día. La publicidad se mezclaba con astucia. El aceite Cocinero, el Puloi, el jabón Palmolive, eran los productos aconsejados a la hora de cocinar y lavar los platos, con la voz melosa de una locutora amigable que sabía todo lo que el ama de casa necesitaba. Era la trampa perfecta. Isabel, como todas las niñas, acataba el mandato: “Esto es cosa de mujeres”. A la hora de la cena, cuando el Padre se sentaba a la mesa, “El Glostora Tango Club,” inundaba la casa con la voz de Gardel, no quedaban dudas de que el “Zorzal” se peinaba con Glostora. Para dormir feliz, un té con limón y un Geniol, que calmaba cualquier dolor de cabeza. Cuando Isabel entró a la Secundaria, la radio pasó a segundo plano y la Televisión presidió las horas de reunión de la familia, matando toda conversación. Así fue que, a lo que antes entraba por los oídos, ahora se le sumaba la vista. Y allí estaba Doña Petrona con su inefable Juanita, en un despliegue de ollas, platos, fuentes y productos alimenticios, con sus marcas sugerentes y su mensaje artero: “La cocina era el único lugar donde la mujer podría realizarse y encontrar la felicidad, sirviendo a su marido y la familia hambrienta”. Sin embargo, esta mujer era rebelde por naturaleza, le gustaba leer y quería ser maestra. Aunque sentía algo de culpa nunca tuvo como meta, igualarse a su Madre. Así fue que se formó en el estudio a pesar de los mandatos familiares. Como dicen ahora sus nietos, eso “le abrió la cabeza”. Se volvió más observadora para elegir con criterio propio, sin dejarse llevar por la publicidad. Rechazaba todo aquello que le fuera impuesto, para ella la publicidad era una forma de ejercer poder sobre los consumidores. Mas el daño ya estaba hecho. Ahora, en su vejez, no hay nada que pueda hacerle aceptar un mate que no esté cebado con yerba Nobleza Gaucha y con “Sí Diet” . Tampoco compra una marca de jabón que no sea Palmolive, o el aceite Natura. Si le baja la presión, todo se soluciona con un tecito y un Geniol , que ahora viene con el Rey de la Pandemia, el Paracetamol y… eso sí, al acostarse un traguito de Caña quemada Legui y a soñar con los angelitos.
Isabel no se pierde una sola serie de Netflix , o el WhatsApp de unas tales Audaces que comienzan a conectarse muy temprano al celular…
Rosalía González Curell