“Las utopías no se terminaron”
Sonia Torres, las abuelas, la memoria y el acompañamiento psicológico
Charlamos con la psicóloga Silvia Plaza que nos cuenta cómo fue el proceso de acompañamiento psicológico a testigos y querellantes de los juicios por crímenes de lesa humanidad. Además, Sonia Torres, titular de Abuelas de Plaza de Mayo Córdoba, nos da pistas para no bajar los brazos.
Se acerca un nuevo 24 de marzo y ya son clásicas las marchas multitudinarias por el centro de las ciudades de todo el país luchando por memoria, verdad y justicia. A más de 10 años del primer juicio de lesa humanidad en córdoba, ¿cómo llegamos hasta este punto de la historia? ¿Por qué los juicios fueron el despertar y reconstruir la memoria? ¿Qué procesos intervienen cuando queremos recordar el terror?
La última dictadura militar cayó en 1983. Durante el gobierno de Alfonsín, en 1985, se juzga y se condena a los jefes de las juntas militares. Pero al año siguiente se aprueban las leyes de punto final y obediencia debida y pone un freno a las esperanzas de la sociedad civil que esperaba justicia. Desde el momento en que estas dos leyes salieron a la luz, familiares de desaparecidos y detenidos, ex presos políticos y militantes del movimiento por los Derechos Humanos comenzaron a trabajar por la derogación.
Recién en el 2003, durante el gobierno de Néstor Kirchner, se declara nulas las leyes y en el 2005 su inconstitucionalidad. A partir de allí comienza una larga lista de juicios a los represores y cómplices civiles de la dictadura.
La derogación de las leyes, un gobierno que brindaba una palabra reparatoria a familiares y víctimas de la dictadura, una sociedad civil cada vez más dispuesta a recuperar la memoria y la desaparición de Julio López fueron el caldo de cultivo para que, junto al proceso de los juicios, se creen los equipos de acompañamiento psicológico a testigos víctimas de los crímenes de lesa humanidad. La psicóloga Silvia Plaza, ex coordinadora del equipo de acompañamiento de Córdoba, dice que el sólo hecho de que haya un desaparecido ligado a la última dictadura militar era algo que volvía a ser terrorífico.
A partir de la regionalización de los juicios, también se crean los equipos de acompañamiento a nivel provincial. El equipo de Córdoba empezó a trabajar en el 2008 formalmente, ya que, como aclara Silvia, siempre hubo psicólogos, psicólogas y psiquiatras que acompañaron estos procesos. Córdoba propuso su propio equipo, definió una coordinación que tuviera autonomía para pensar y pensarse en él y siempre en relación permanente con los organismos de DDHH y el equipo jurídico.
Si bien los juicios representaban para familiares y víctimas la llegada de la justicia, también generaba todo un andamiaje de activación que los ponía en una situación de mucha tristeza y angustia. Silvia describe la tarea que llevaron adelante diciendo: “es silenciosa. Es una tarea que tiene que ver con ponerse al lado, con disponernos desde el inicio, con una persona que tiene que transitar y recorrer un camino que necesariamente hace que active recuerdos y esos recuerdos están bañados de dolor por lo propio, por lo de los otros, por lo de sus compañeros, sus familiares, por sus hijos, por todo lo transitado, haya estado o no en un campo de concentración, en una cárcel, etc.”. Ella explica es una tarea silenciosa porque va a la par de estas personas que tienen que poder ejercer su palabra y liberarse. Tiene que ver con un acompañamiento a la producción de sufrimientos generados por situaciones de mucha violentación física, simbólica, cultural que bañó de dolor a los cuerpos, “no estoy hablando del cuerpo individual sino de los cuerpos”.
Miles de testigos dieron testimonios de las torturas y asesinatos en esta oscura etapa de nuestra historia para que los tribunales dicten justicias ejemplares, inéditas a nivel mundial. Los equipos de acompañamiento psicológico fueron muy importantes para que los testigos y víctimas puedan transitar este proceso de una manera más saludable. Al contrario de lo que se supone cuando se piensa en los profesionales interviniendo “neutralmente”, Silvia cuenta que su equipo siempre trabajó desde un lugar implicado afectivamente y postula la imposibilidad de escindirse de aquello que nos rodea, de lo que sentimos, de lo que pensamos. Dice, “el afecto es una dimensión humana que se enlaza a lo que nos conmueve, a lo que nos permite trabajar y aquellas cuestiones de la vida que nos afectan y nosotros afectamos”.
El proceso de atestiguar fue muy importante para los testigos, familiares y víctimas del terrorismo de estado y lo fue también para todo el cuerpo social. A partir de sus palabras, muchas personas pudimos conocer qué pasó en ese momento y empezamos a reconstruir nuestra memoria e identidad. Esta reconstrucción fue colectiva porque, como explica Silvia, el proceso de recordar, apela a un otro. No hay posibilidades de producir recuerdos si no es a través de un otro. En este sentido, cabe decir que las memorias también son plurales, no hay una sola y “pueden modificarse, pueden resignificarse. Son procesos dinámicos y abiertos. Están en permanente tensión y a veces en disputa por determinados sentidos y significados de memoria y sobre determinados procesos.”
A 15 años de la caída de las leyes de obediencia debida y punto final que impedían la llegada de la justicia, aproximadamente 40 represores están imputados en Córdoba con prisión preventiva. Se calcula que más de 1000 personas (civiles y personal de las fuerzas de seguridad) estuvieron involucradas en causas vinculadas al terrorismo de estado en la última dictadura. Sin embargo, menos del 40% están procesados.
En Córdoba, desde el 2012 hasta el 2016 se llevó a cabo, la “Megacausa”, integrada por 713 procesos judiciales por los crímenes de lesa humanidad cometidos en el campo de concentración en La Perla, la D2 y el Campo de la Ribera. Estos procesos se desagregan en causas particulares que son “reactivadas”. El juicio de “La Perla” fue el primero en nuestra provincia en juzgar el caso del robo de un bebé, el nieto de Sonia Torres, titular de Abuelas de Plaza de Mayo Córdoba, que todavía no recuperó su identidad. En 1976 secuestraron a la hija de Sonia, Silvina Parodi, a los 20 años y con seis meses y medio de embarazo.
Sonia Torres es una madre y abuela incansable, que luchó todos los días de su vida por la memoria, la verdad y la justicia. Ella dice: “la memoria es importantísima, por eso no podemos dejar de hacer lo que hacemos. Porque en cada paso, en cada acto, en cada marcha, en cada charla que damos en los colegios reconstruimos la memoria. Es una de las cosas que nos corresponde hacer. Mantener viva la memoria”. Claro que su pelea no fue en soledad, aunque era un momento de terror, se reunió con otras madres y abuelas, se la mano para marchar y se mantuvieron siempre juntas con el propósito de recuperar hasta el último nieto.
Según Silvia Plaza, las madres y abuelas son su faro. “fueron inclaudicables y no hubo cálculo. Dejaron familia, dejaron amigos, dejaron casa, dejaron provincia, sus vecinos no los miraban. Era un momento de altísima soledad y de altísimo riesgo cotidiano y las minas estuvieron ahí inclaudicables y sin cálculo”. Sonia relata que al principio marchaban llorando, buscaban angustiadas pero el legado que les dejaron sus hijos es “que hay una sola la vida, en esa vida podés conseguír lo que querés pero siempre con alegría”. Ella cuenta que en la vejez se aprende a querer, a perdonar, a compartir, se aprende que no todos son iguales a uno y que en la diversidad se forman las grandes amistades, los grandes emprendimientos.
Es una mujer que, a sus 90 años, no imagina bajar los brazos y nos alienta diciendo que “las utopías no se terminaron”. Ella cree mucho en la juventud: “hay una juventud que va para adelante, que tiene mucha fuerza”.
Si tenés dudas sobre tu identidad o conocés a alguien que puede ser hijo de desaparecidos, contactate con Abuelas: 0351 421-4408. Te estamos esperando.
Por: Daniela Buyatti