Malvinas: la guerra que sigue matando

Otro 2 de abril que nos devuelve el recuerdo de una guerra dolorosa. Las Malvinas estaban ocupadas por Gran Bretaña desde 1833. Pero fue el 2 de abril de 1982, en un contexto de dictadura militar y crisis económica y social, en la que el estado argentino decidió comenzar un conflicto bélico, el único que libró nuestro país en el siglo XX, por la recuperación de las islas. La guerra duró setenta y cuatro días, culminó el 14 de junio con la rendición argentina y dejó el saldo de 649 argentinos y 285 británicos muertos.

Esa es la cifra de los soldados argentinos muertos en combate, pero hubo aproximadamente 500 suicidios de ex combatientes, número que casi alcanza a los soldados caídos durante la guerra. De acuerdo a un estudio realizado por Centro de Ex Combatientes de la ciudad de La Plata (CECIM), el 78% sufre trastornos relacionados con el sueño, el 28% dice tener ideas recurrentes con respecto al suicidio y el 10% reconoce haber intentado quitarse la vida una o más veces.

Nuestro país contaba con 10.000 soldados del Ejército, de la clase 62 y 63 (tenían entre 18 y 19 años), su entrenamiento militar era básico, la mayoría no estaban adaptados al terreno y características climáticas de las islas, contaban con un equipamiento antiguo y en muchos casos obsoleto o inapropiado. Desde los inicios del conflicto hasta el 24 de Abril, los argentinos y las tropas que estaban en Malvinas, creíamos que no iba a suceder nada. El 1º de mayo con los primeros bombardeos ingleses, la guerra se convirtió en algo real e inesperado. Por otro lado, el regreso al continente una vez finalizada la guerra, estuvo sumido en profundos cambios y transformaciones socio-políticas. Dicho contexto impidió el reconocimiento social adecuado hacia quienes combatieron en las islas, dificultando una apropiada elaboración de las experiencias vividas en las islas. Estas circunstancias actuaron como factores de riesgo adicionales en relación a la posibilidad de presentar alteraciones en la asimilación de las vivencias de trauma experimentadas.

La Lic. María Teresa Reyes (directora de la carrera de Psicología de la Universidad de Belgrano) expresa en el artículo “Guerra: Consecuencias en una sociedad” que una vivencia se torna traumática cuando frente a un acontecimiento los sujetos no cuentan con los recursos de mediación simbólica que les permitan elaborar y resolver el hecho. Lo traumático es la incapacidad de interpretar lo que sucede, y esto hace que los efectos sean muy diferentes de acuerdo al individuo que los percibe. La participación en guerra es una experiencia traumática, por lo que entre las secuelas de índole psicológica que deja, se pueden enumerar ansiedad, depresión, angustia, fobias, stress y ataques de pánico. Un trastorno habitualmente asociado a ex combatientes, es el de Stress Post Traumático, que anteriormente se denominaba “neurosis o fatiga de guerra”.

Etimológicamente, trauma remite a la palabra herida. Existe un acuerdo generalizado en abordar la memoria autobiográfica y los recuerdos autobiográficos traumáticos como una construcción dinámica, no sólo como un fenómeno individual, sino también colectivo y transgeneracional. Las autoras María Lolich, Gisela Paly, Mara Nistal, Luciana Becerra y Susana Azzollini, aluden a que el socio-construccionismo entiende por memoria colectiva la reconstrucción conjunta y constante de eventos pasados a través de diversas versiones, resultantes del intercambio entre los integrantes de un grupo social a lo largo del tiempo. Es a través de la relación con los otros como las personas damos sentido a los distintos episodios de vida, individuales y sociales. El tipo de predisposiciones previas, el apoyo social recibido y las estrategias de afrontamiento implementadas constituyen factores de relevancia en los procesos de adaptación o desajuste posteriores.

Los veteranos que participaron del conflicto de 1982 tienen casi 60 años y siguen sufriendo las consecuencias de una guerra injusta. En este sentido, creemos que es importante habilitar posibilidades de reivindicar a los individuos expuestos a vivencias traumáticas, abriendo espacios de narraciones compartidas. Además se requiere un discurso social sobre el devenir histórico de los recuerdos en pos de evitar su negación, evitación o desmentida defensiva. Según estos estudios, la ausencia de un debate público y la carencia de un marco colectivo para dicho debate retrasan, en cambio, la posibilidad de asimilar lo vivido.

Por: Daniela Buyatti